ENERGÍA NUCLEAR: HAY UN MUNDO AFUERA QUE NOS ESPERA
Por Julián Gadano
¿Por qué algunos países decidieron invertir en su momento en energía nuclear para alimentar sus matrices eléctricas? Una forma sencilla de responder esa pregunta es mirar los “picos” históricos de construcción anual de reactores, y asociar esos picos con momentos de la historia. Aparecen claramente dos momentos que actuaron como impulsores de esta forma de energía: la guerra fría y la crisis de los precios del petróleo.
A su vez, los momentos de crisis en esta industria también se asocian -en este caso- con un patrón claro: los accidentes sufridos por grandes reactores nucleares. Tres accidentes importantes en 70 años, tres crisis.
En 1979, el accidente en la central de Three Mille Island terminó con el boom nuclear en Estados Unidos, y los posteriores de Chernobyl y Fukushima expendieron el parate a prácticamente todo el mundo occidental. Fukushima pareció para muchos el fin de la era nuclear.
Expandió el rechazo social hacia la energía nuclear, a lo que tenemos que sumar un aumento exponencial de los costos, producto de varios factores, principalmente las exigencias de seguridad derivada de los accidentes y el achicamiento del mercado.
Pero no fue el fin. Fue, en todo caso, un golpe fuerte a un paradigma de desarrollo basado en reactores grandes (que requieren mucho capital, complejos de construir y -a la larga- caros).
Hoy, la crisis climática vuelve a poner la mirada de muchos expertos y líderes mundiales en esta fuente de energía, como parte de la solución: una fuente limpia y casi siempre disponible. Obviamente, la industria tuvo que reaccionar y por primera vez en la historia está cambiando casi de raíz: en varios países desarrollados los estados incentivan a las empresas privadas a repensar la ecuación y a diseñar nuevos modelos de reactores, en general más pequeños y de diseños más simples o más seguros.
El resultado hoy es visible: más de una veintena de proyectos alrededor del mundo, que prometen modularidad y flexibilidad, tiempos de construcción cortos, poco capital inicial. Pero sobre todas las cosas, prometen costos mucho más bajos y competitivos con otras fuentes. Los reactores avanzados, más pequeños, son parte de un modelo de negocios basado en la fabricación en serie, similar al de la industria aerocomercial.
En este marco global, ¿qué pasa en Argentina?
Paradójicamente, siendo el nuestro un país con capacidades nucleares probadas, y donde se está diseñando y construyendo un reactor nuclear pequeño y modular (el CAREM) el debate nacional mira para otro lado, y queda atrapado en un laberinto sin salida.
Seguimos debatiendo qué tipo de reactor grande y de tecnología importada vamos a comprar (uno de los cuales no se construye ya ni siquiera en el país que los diseñó) cuando podríamos ser el hub regional de ingeniería y construcción de reactores pequeños.
Las centrales nucleares de gran porte fueron una opción para nuestro país hasta hace algunos años. Por los argumentos que coloqué más arriba, entiendo que muy probablemente ya no lo sean.
Argentina debería dejar de concentrar esfuerzos en construir un reactor grande, que seguramente requerirá endeudarse por mucho dinero y embarcarse en un proyecto que demorará casi una década (si no más) en concretarse.
¿Qué debería hacer nuestro país? Por un lado, terminar el CAREM, que debe ser una prioridad, y para ello hay que ayudar a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) a que lo termine. No solo colocando los fondos necesarios (durante nuestra administración el CAREM recibió 400 millones de dólares y pasó de un avance de 10% a 60%) sino también generando el marco para que la CNEA tenga incentivos a congelar la ingeniería y finalizar el proyecto. Ha pasado ya demasiado tiempo y es necesario mostrarle al mundo las capacidades que tenemos.
Y también hay que cambiar el modelo de desarrollo. A 70 años desde la fundación de la CNEA, es hora de que el sector nuclear muestre su madurez y deje de depender únicamente de los aportes del Tesoro. Argentina debe abrirse al mundo y salir a buscar los proyectos que se están desarrollando, invitándolos a desarrollarse aquí.
Con que un 20% de los nuevos reactores que se están proyectando en el mundo se instalaran aquí, podríamos convertirnos en un centro regional de exportación de tecnología. Como dice el título de este artículo, hay un mundo que nos espera y que nos invita a sumarnos. Pero no nos esperará eternamente.
*Este artículo fue publicado en Clarín el día 30 de noviembre de 2021.