LA IMPORTANCIA DE CHINA EN EL DESARROLLO DE LA ARGENTINA
POR NORBERTO PONTIROLI
Cuando creíamos que el sistema internacional no podía volverse más complejo e incierto, el 2020 nos “sorprendió” simultáneamente con una crisis sanitaria y una recesión económica mundial. Con este desafiante telón global de fondo, en el que parecen acelerarse las tendencias que ya caracterizaban al mundo pre-pandémico, calibrar adecuadamente las variables de nuestra política exterior que contribuyen al desarrollo emerge como una de las grandes prioridades nacionales. El rol de la relación estratégica integral con China es, sin lugar a dudas, un eje central de esa tarea.
Fuertes inversiones en el sector bancario, energético, de telecomunicaciones, agroindustrial, de infraestructura y de transporte de cargas; SWAPS financieros; joint ventures y asociaciones empresariales para la exportaciones de alimentos, servicios y tecnología agrícola; conectividad aérea y turismo; explotación de recursos mineros como litio y oro; desarrollo de parques solares y represas hidroeléctricas; creciente cooperación nuclear y espacial. El volumen y la densidad de la agenda que la Argentina construyó durante las últimas décadas con Beijing, tanto desde el sector público como desde el privado, es un activo de nuestra estrategia externa que debemos poner en valor.
En materia de vínculos comerciales, inversiones y finanzas, así como de cooperación política y macroeconómica en distintos esquemas de gobernanza global, la relevancia estratégica de nuestra relación con China se encuentra en una situación de paridad relativa con respecto a la que detentamos con otros grandes socios extra-regionales, incluidos los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. Esta coyuntura nos ofrece un punto de partida aceptablemente equilibrado, cierto nivel de margen de maniobra y más alternativas a futuro en lo respectivo a nuestras opciones de inserción internacional.
Pongamos muy brevemente en contexto el (re)surgimiento de China como potencia mundial. El siglo XIX de la humillación colonial y el aislamiento de la China de Mao hasta la década de 1970 están muy presentes en el pensamiento estratégico contemporáneo de Beijing. Junto con las lecciones acumuladas por cuatro décadas desde las reformas de Deng Xiaoping y con las casi dos décadas de experiencia tras el ingreso formal a la Organización Mundial de Comercio, son elementos que nutren sistemáticamente su accionar externo. La idea de una “China fuerte” se ha vuelto realidad. Allí confluye una cosmovisión resultante de la alquimia milenaria de ideas y principios culturales y filosóficos, como el confucianismo, el marxismo-leninismo, el maoísmo, y el capitalismo.
Gracias a su gravitación económica y a su importancia como inversor global y como centro de gravedad productivo, comercial y financiero mundial, por primera vez en la historia estos nuevos valores chinos son de importancia para la comunidad internacional.
La nueva etapa de Beijing como actor global más asertivo se ha caracterizado en los últimos años por el despliegue de iniciativas ambiciosas que simbolizan la manera china de entender el desarrollo. El ejemplo paradigmático es la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que implica la consolidación de su espacio geoeconómico a través de la internacionalización de las empresas y la divisa china. Se complementa con planes como “Hecho en China 2025”, cuyas metas apuntan a reorientar la economía de la manufactura intensiva en mano de obra hacia industrias de alta tecnología y servicios basados en el conocimiento. El modelo exportador de fabricación de bajo costo que impulsó el extraordinario crecimiento “a tasas chinas” se agotó hace varios años y es una postal desactualizada del perfil económico internacional del gigante asiático.
Así, a medida que continúan los debates sobre escenarios de desacople y desglobalización como resultado de la competencia estratégica sino-estadounidense, los alcances y significados de la “globalización con características chinas” ameritan un análisis minucioso acerca de lo que representa para la Argentina en términos de oportunidades de desarrollo.
En un contexto de reconfiguración de reglas de juego y transición de poder global como el que vivimos, cuantas más opciones seamos capaces de explorar y mientras todavía sea posible hacerlo, mayores serán las potenciales ganancias a futuro. Y mientras tanto, la coyuntura de corto plazo parecería presentar algunas ventanas de oportunidad para profundizar el vínculo económico con China vis a vis un conjunto de dinámicas estructurales y coyunturales interrelacionadas.
Por un lado, el gran desafío estratégico de China es y seguirá siendo por mucho tiempo abastecer una demanda de alimentos creciente con recursos escasos. Beijing debe garantizar la seguridad alimentaria del 20% de la población mundial con apenas el 7% de los recursos de agua dulce y un 10% de la superficie cultivable del planeta. En ese sentido, consolidándose como socio confiable para la provisión de materias primas, alimentos y tecnología agrícola, el ecosistema de agronegocios argentino está en condiciones de convertirse en la principal plataforma para multiplicar las asociaciones, el comercio y las inversiones bilaterales.
Asimismo, y estrechamente vinculado con lo anterior, Argentina compite con países que, a razón del impacto político de la pandemia, están teniendo fricciones con Beijing, que pueden potenciar la situación estructural de complementariedad entre Argentina y China como exportador e importador neto de alimentos respectivamente. Se comienza a observar un cambio de actitudes políticas y un endurecimiento del tono diplomático de China, producto de los cuestionamientos de los Estados Unidos, Brasil y Australia, que tuvieron como resultado impactos en la calidad de la relación bilateral y efectos comerciales directos. Estos 3 países, junto con Canadá, son responsables de abastecer más de la mitad de las compras agroalimentarias del gigante asiático.
Para concluir, una reflexión relativa a las enormes asimetrías estructurales siempre presentes en este debate. En su libro “La piel en juego”, Nassim Taleb aborda la problemática desde una perspectiva de la ética política y de los negocios, afirmando que “si bien puede que no sea éticamente necesario, la política más efectiva y libre de deshonra es la máxima transparencia, hasta la transparencia de intenciones”. En ese sentido, China ha sido coherente a lo largo de los últimos años. En sus Libros Blancos de 2008 y 2016 con respecto a nuestra región, así como también con la propuesta de explorar el impacto de un acuerdo con Mercosur, el gigante asiático ha sido explícito en lo que hace a sus intereses e intenciones. Las preguntas que quedan en el aire son si nosotros sabemos qué queremos de China y si seremos capaces de coordinar una postura común con nuestros vecinos, con quienes podemos sumar masa crítica y potenciar intereses comunes, que estarán así mejor atendidos que si continuamos actuando individualmente para lograr ventajas relativas en este contexto de fuerte asimetría.